
El orden no importaba, la sinfonía de colores en tu visión infantil competía contra el ruido de la molestia en mi interior — «Ay chato, ¡te volaste la barda!»
Estaba enojado, ¡mucho!
No sabía como lidiar con esa emoción sabes, tiempo después entendí que había otras cosas porque enojarse y esa obra de arte, no tenía que ser una de ellas.
No le tomé foto.
Pero recuerdo cada color y esa expresión en tu mirada que valió la pena esas cuatro horas sentado, tratando de limpiar la pared (la cera es difícil de quitar y más cuando la pared es blanca) ante la mirada pícara de tu abuela.
Desde entonces, guardo una crayola en mi maleta.